Realidad,
amor, pero sobre todo superación. La
teoría del todo es una obra maestra, humana y brillante. James Marsh ha
sabido plasmar con maestría el momento crucial en la vida de Stephen Hawking.
Todo comienza en la Universidad de Cambridge en 1963 donde Stephen (Eddie Redmayne)
se ha matriculado para hacer un Doctorado de Física. Como si de un ángel se
tratara, se cruza en su vida Jane Wilde (Felicity Jones) una estudiante de Humanidades
de la que se enamora. Prácticamente desde el principio se pueden percibir los
primeros, aunque débiles, síntomas de lo que marcará el “fin” de su vida. La enfermedad
de la neurona motora, más conocida como esclerosis lateral amiotrófica (ELA),
se trata de un trastorno neurológico progresivo que va destruyendo las células
nerviosas del cerebro que controlan la actividad muscular central (respirar,
hablar, caminar…) lamentablemente, el médico que trata su caso le da una
esperanza de vida de dos años. El comienzo de toda una aventura al lado de su esposa. Sin duda un duro golpe
con apenas veintiún años en una mente privilegiada con mucho por hacer todavía
en este mundo. Contra toda probabilidad, Stephen sale adelante, conformando una
familia, desarrollando la teoría del agujero negro y escribiendo libros
científicos de éxito mundial.
Interpretar
el personaje de Hawking ha sido una ardua tarea que Eddie Redmayne ha sabido
conducir hasta llegar a la perfección. Consiguió emocionar al propio Stephen.
No es de extrañar que le haya valido la nominación a los Premios Oscar 2015 a
Mejor Actor, entre otras nominaciones, así como la de su compañera de reparto
Felicity Jones a Mejor Actriz.
Un
biopic más que dramático que, posiblemente en ciertos momentos pueda hacerse un
tanto larga. No sobran escenas por mucho que se pueda llegar a esa conclusión,
cada una de las partes de la historia que se relatan son más que necesarias.
Momentos clave de toda una vida, pero como el propio Hawking sentencia al final
del film, el mayor logro son sus hijos.
El amor
que Jane siente le lleva a pasar treinta años al lado de Stephen, en cierto
modo es un sacrificio, una enorme dosis de sufrimiento gratuito. No malinterpretéis
estas palabras ¿Cuántos haríais lo mismo si os presentasen semejante situación?
Es esa esencia que tan grácilmente ha sabido plasmarse en cada minuto de
metraje la que hace imposible no emocionarse.
Analizando
un poco la estructura y división de las distintas partes de la historia, cada
escena esta condicionada por un color, dependiendo de lo que tratan de evocar
en el espectador con lo que la pantalla esta mostrando. El sepia sabemos que
representa felices recuerdos de momentos pasados, ahí tenemos uno. Pero lo más
chocante es la utilización del color azul, algo que no se ha hecho a la ligera.
Representa el frío, pero al mismo tiempo la inteligencia, una doble connotación
en momentos puntuales.
Aunque
ciertamente puede haber cosas que no cuadren mucho, un ejemplo es cuando Jane
se queda embarazada del supuesto tercer hijo de Stephen. Cuando esto se
produce, el científico lleva tiempo postrado en su silla de ruedas y con escasa
movilidad.
En
parte resulta duro verla, sabes como va a terminar pero únicamente debes
limitarte a lo que hay. Puede sentirse cierta
impotencia en el sentido de que no hay nada que hacer por él, debe asimilarse
esa situación y vivir con ella. Definitivamente es una película que sabe estar
más que a la altura.
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